jueves, 25 de enero de 2018

Dos miradas, dos épocas. La misma impunidad.


Por Luis Klejzer

Cuando en enero de 1997 prendieron fuego su auto y asesinaron al reportero gráfico José Luis Cabezas en un descampado cercano a Pinamar, yo tenía 20 años recién cumplidos. Fue un crimen que movilizó a la sociedad, despertándola de un largo sueño neoliberal lleno de privatizaciones de empresas públicas y negocios de “todo x 2 pesos”. Consecuencia de la Ley de Convertibilidad de 1991, sancionada por el ministro de economía Domingo Cavallo. La desocupación crecía y ya se olían los neumáticos quemados en los piquetes de la Patagonia. Recuerdo que la imagen de Cabezas se difundió por todo el mundo pidiendo juicio y castigo. Me impresionó mucho la postura de ciertos sectores de la sociedad. Sobre todo de los artistas. Principalmente recuerdo los homenajes que realizaba el gran cantautor León Gieco cuando iniciaba cada recital con una frase que todavía guardo en mi memoria: “No se olviden de Cabezas. La impunidad de su crimen, será la condena de la Argentina”. Y fue condena. Pero no por la impunidad ni el gansterismo que gobernaba el país y la provincia de Buenos Aires, sino por el hambre y la desocupación.

Cuando el 1° de agosto de 2017 la gendarmería reprimió un corte de ruta en la provincia de Chubut habían pasado 20 años del crimen de Cabezas. Un operativo represivo contra un pequeño grupo de manifestantes que pedían la liberación de Facundo Jones Huala y la devolución de las tierras ancestrales a sus verdaderos “dueños”: el pueblo Mapuche. Hoy en manos del empresario italiano Luciano Benetton. Allí sucedió el confuso episodio donde, la gendarmería primero desapareció el cuerpo de Santiago Maldonado y dos meses más tarde lo “aparecieron” en un lugar del río donde hacía pie. A pesar de haber “rastrillado” el lugar dos veces.
En esta oportunidad la víctima, además de la sociedad argentina, es un pibe de 28 años que estaba apoyando la lucha del pueblo Mapuche. Un pibe solidario como saben nacer cada tanto en nuestro país.
Hace unos días pasé por una esquina del barrio de Almagro que estaba intervenida artísticamente con las dos fotos emblemáticas. La de José Luis Cabezas, con sus ojos mirándonos y diciéndonos que detrás de su asesinato se encuentra la clase empresaria en asociación con el poder político. Y al lado, la cara de Santiago Maldonado mirándonos fijo y diciéndonos que detrás de su desaparición forzada seguida de muerte, como sigue diciendo la carátula judicial, está la clase empresaria en asociación con el poder político. Sí. La misma clase con el mismo Estado, con los mismos métodos de la última dictadura cívico militar: la desaparición forzada y el asesinato. A estas dos historias violentas también las atraviesa el mismo objetivo: “defender los intereses del capital”. Las fuerzas de seguridad al servicio de las mafias y los negociados. El poder judicial al servicio de la impunidad. Ni que hablar del modelo económico.
En plena juventud noventista, caracterizada por el oscurantismo y el pensamiento único, recuerdo otra de las coincidencias entre las dos historias: la lucha de los familiares. Por un lado, la hermana de José Luis haciendo las marchas por Pinamar y la suelta de globos en el Obelisco todos los 25. Por el otro, el hermano de Santiago gritando sus cartas en la Plaza de Mayo todos los 1° para que “lo escuche su hermano” y el poder político.
En definitiva, los ojos en primer plano de José Luis representaron una época de nuestro país. Los de Santiago nos alertan que desde Cabezas hasta ahora faltan Teresa Rodríguez, Aníbal Verón y los piqueteros; los desaparecidos de Tablada; el motoquero Gastón Riva y todxs lxs asesinadxs del 19 y 20 de diciembre; Darío y Maxi solidarios y luchadores; Julio López dos veces desaparecido; Rafael Nahuel, Mariano Ferreyra y Luciano Arruga y toda la juventud precarizada en la síntesis que fue Cromañon.
Todas esas historias mutiladas por el Estado se cruzan en las miradas de José Luis y Santiago en esa esquina porteña. La degradación de nuestras vidas en favor de la avaricia empresaria en nombre de una democracia formal, aquella que recuperamos en 1983 que, al parecer, no pudo resolver el viejo problema de quitarles el poder a aquellos que se creen los dueños del país.
No nos olvidemos de Cabezas ni de Maldonado ni de Nahuel. Con ello se irían nuestras ilusiones de construir un país mejor. 

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