Calveiro, Pilar. Poder y desaparición. Buenos Aires, Colihue,
1995, 175 páginas.
Pablo Tavella
Universidad Nacional de General Sarmiento
Poder y desaparición es un libro
que aborda la cuestión de los campos de concentración y exterminio como
paradigma del terrorismo desaparecedor detentado por la junta militar
inaugurada el 24 de Marzo de 1976. Pilar Calveiro, autora del mismo, licenciada
en ciencias políticas y sobreviviente de estos campos de la muerte, nos guía en
un recorrido al interior del dispositivo concentracionario dentro del cual
evita la primera persona. Lo hace, tal vez, para salir del fácil lugar de
víctima o bien para quitarle ese tono quejumbroso que tienen las crónicas
testimoniales. En este sentido, se coloca más en una postura analítica,
política o incluso filosófica. Calveiro brinda información detallada sobre ese
oscuro submundo: Los procedimientos, los grupos de tareas, los métodos de los
represores etc. Sin embargo su trabajo cobra especial riqueza cuando la
reflexión toma la palabra. Es aquí donde brotan los conceptos más reveladores y
donde el libro pasa a ser lo que es: un imprescindible. Lo fáctico deviene en
materia prima de un edificio teórico que, aunque beba en parte de otros
manantiales de la intelectualidad[1], es
construido con una arquitectura exquisita que, como veremos más abajo, incluye
elementos totalmente nuevos.
En este sentido, la autora hace una
profunda reflexión acerca de la naturaleza del poder y de como este, en el caso
argentino, encontró su núcleo duro en la institución militar. Sin embargo,
sostiene, este poder trasciende lo militar y extiende su raigambre en los
sectores civiles que avalan las dos caras del mismo: una visible y pulcra, y
otra vergonzante que se inscribe en prácticas ilegales que permanecen
semiveladas y que se remontan en el tiempo. Este poder, que muta y se
transforma, adoptó hacia mediados de los setenta, la modalidad
concentracionaria que aplicó el terrorismo de Estado. Dicho poder se
autoproclamó como total y es aquí donde Pilar Calveiro postula su principal
hipótesis: No existe un poder total. Siempre habrá lineas de fuga,
agujeros negros que hallarán el punto ciego de ese pretendido poder
totalizante. La necesaria implementación del terror y de toda la tecnología
represiva no es más que una prueba irrefutable de lo ilusorio que hay en dicha
pretensión de totalidad.
Pilar Calveiro comienza su libro con un
memorándum que muestra el modo en que, desde 1930,
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las
fuerzas armadas se fueron erigiendo en garantes de la preeminencia de los
grandes poderes económicos (agroexportadores, industriales y monopolios
varios). Asimismo muestra la singularidad del golpe de 1976 en el cual las tres
fuerzas despliegan una propuesta propia. La tradición castrense traía consigo
una cultura basada en el castigo físico, el miedo y la obediencia a través de
la cadena de mandos. Fue esta la matriz que engendró, según Calveiro, al campo
de concentración. La burocratización y fragmentación de las órdenes diluyeron
la responsabilidad y facilitaron la concreción de un plan global que incluyó
detención, tortura, traslado y muerte.
Durante los años setenta hubo, a nivel
mundial, un auge de movimientos revolucionarios armados que en la Argentina
también encontraron su expresión en la guerrilla de izquierda (peronista o no )
y que, en sus concepciones, contestaron con violencia a otra violencia militar
ya instalada. A partir de 1974 se inició una escalada de hostilidades entre el
grupo paramilitar ultraderechista de la triple A y agrupaciones de izquierda
como ERP y Montoneros. La junta militar, que en Marzo de 1976 encabezó el
llamado proceso de reorganización nacional, intensificó el accionar de la
triple A reduciendo a la guerrilla que, en vez de cesar, persistió en la lucha
e inevitablemente fue “conduciendo” a casi todos sus miembros hasta los campos
de concentración y exterminio.
El asesinato político o la tortura al
delincuente común fueron, afirma Calveiro, prácticas aceptadas desde la
revolución de 1930, pero es a partir de 1966 que aparece la figura del
desaparecido finalmente institucionalizada con ese nombre desde Marzo de 1976.
La experiencia concentracionaria y desaparecedora es obra de un poder que se
extiende, según la autora, más allá del campo, permeando a toda la sociedad.
Campo de Mayo, La Perla, La ESMA, el Atlético o La Mansión Seré son solo
algunos de los centros que se ocuparon de la desaparición de entre 15.000 y
30.000 personas. Aun con diferencias, ejército, armada, aeronáutica y policía
coincidieron en la creación de un plan sistemático de aniquilamiento impulsado
desde el Estado mismo de la Nación y que contaba con diferentes grupos de
tareas que la autora ha retratado en Poder y desaparición.
Calveiro nos muestra como la segmentación
en tareas parciales que se debían obedecer, sumada a la deshumanización de las
víctimas (“subversivo”, “bulto” etc ) y el reemplazo de unas palabras por otras
( “chupar”, “mandar para arriba”, “trasladar”) no hacía sinó atenuar la
gravedad de los actos y minimizar las culpas.
Los campos tenían como uno de sus
objetivos propagar el terror a toda la sociedad y lo lograban dejando entrever
lo que ocultaban. Los gritos o las detenciones en el espacio público cumplían
con su función: el anonadamiento que la escritora reitera a lo largo del
libro.
Los prisioneros recibían un número y se
alojaban en celdas o cuchetas. Eran atados y encapuchados y no podían hablar.
La tortura fue la principal herramienta del aparato represivo del
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campo.
En ella, explica Calveiro, se pretendía extraer la verdad mediante el “quiebre”
del detenido. Para ello se recurrió a la picana eléctrica en todas sus
variantes así como la asfixia, los golpes, colgamientos, despellejamientos,
quemaduras y todo tipo de abusos sexuales. Frente a la tortura hubieron quienes
la resistieron sin soltar palabra, otros
que empezaron a “cantar” y terminaron colaborando con los represores y toda una
gama de tonos intermedios entre estos dos extremos. Lo cierto es que el
dispositivo arrasó sobre todo, remarca la autora, a una generación de
militantes políticos y sindicales.
La contradictoria inserción de un
dispositivo ilegal como los campos de concentración en un marco institucional
legal fue, según Calveiro, una de las claves del éxito del Estado represivo y
respondió a un modelo de esquizofrenia social que se reprodujo también en el
fraccionamiento de las tareas y la consecuente disolución de responsabilidades.
El pretendido poder totalizador del
dispositivo concentracionista obedecía a una lógica binaria que concebía al
mundo en dos esferas: la de los amigos y la de los enemigos. Desde esta
concepción, el enemigo amenazante era el subversivo (cuya figura abarcaba toda
oposición al régimen) y su eliminación requería del ejercicio de la guerra
sucia. Este ejercicio fue rápidamente incorporado también por la militancia
guerrillera que, según la autora, había sobrevaluado su capacidad de fuego.
Desde ambos frentes se creó un arquetipo del “otro” que reunía una serie de
clichés: El guerrillero era comunista, pro-extranjero, cruel e inmoral y el
militar, pro-oligarquía, religioso, corrupto, sádico etc. Lo cierto, nos dice
Calveiro, es que, en general, se trataba de gente llamativamente común y que
cuando, a veces, se desarmaban los estereotipos el lado más humano beneficiaba
a los prisioneros.
Tras la humillación pública detentada por
Perón o la violencia de la Triple A y luego de la Junta Militar, la militancia
llegaba al campo exhausta y “entregada”, situación que se agravaba ante los ex
compañeros delatores. El aparato represor jugó con esta variable, según la
autora, para deshumanizar al detenido. Bajo el mismo precepto tendió a
animalizarlo, cosificarlo y arrancarlo del mundo real: paralizarlo, arrasarlo,
quebrarlo ( de forma irreversible en muchos casos). Aun así, hubo modos de
mantener la humanidad y resistir: el exterior, los afectos, la religión, la
risa, la eventual humanidad de los captores. Hubo, entonces, distintas maneras
de fugar además de la física: sobrevivencia, suicidio, engaño,
simulación, conspiración. Todas ellas hallaron, y es esta la tesis central del
libro de Pilar Calveiro, el punto ciego del poder. Su ilusión de omnipotencia
totalizadora se desvanecía entonces ante los resquicios y fisuras que la
aparentemente infranqueable superficie ofrecía.
Dentro del campo de concentración,
remarca la autora, no existe la categoría de héroe: los que mueren pueden
haberlo sido pero no hay pruebas y los que sobreviven son automáticamente
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sospechados
de traición. En cambio, sí se puede hablar de virtudes cotidianas[2],
pequeños actos de solidaridad que lograban “burlar” al aparato represor.
Según Calveiro, los campos fueron, ante
todo, la materialización de una política burocrático-institucional y no la
aberración de seres monstruosos. Se trataba de una maquinaria finamente
calibrada en la cual cada grupo realizaba una parte del proceso relativizando
así su criminalidad. Además, la categorización de guerra contra la subversión,
justificaba los medios. Los desaparecedores respondían a la, antes mencionada,
esquizofrenia social resultante de la compartimentación: podían ser “buenos
ciudadanos” para luego ocupar su lugar en la cadena desaparecedora de personas.
Sin duda hubo auténticos “psicópatas” pero, aunque cueste aceptarlo, la mayoría
solía ser gente “normal”. Esto, advierte Calveiro, no los exime de
responsabilidades, más bien exhorta a cuestionar a toda la sociedad.
Campo y sociedad son postulados como
parte de la misma trama. El terror es un secreto a voces que se propaga en
ambos provocando el anonadamiento. La gente, entonces, decide no ver y
“autoriza” el accionar represivo y desaparecedor contra el subversivo, el otro.
Pero, alerta la autora, no se debe confundir la parálisis con la complicidad.
Pese a todo, al igual que en el campo, la sociedad también encontró resquicios
por donde fugar.
En el viaje exploratorio que este libro
comporta, Pilar Calveiro, se ocupa de analizar la psiquis humana. ¿Cómo
responden los hombres insertos en empresas colectivas de aniquilación?.
Calveiro explica el modo en que el dispositivo toma la forma de un organismo
vivo dentro del cual los hombres van perdiendo su humanidad y obedeciendo las
ordenes que, al venir de arriba, “autorizan” a la ejecución de una pequeña
parte del plan maestro. En todas estas reflexiones, la autora se mete en un
terreno peligroso y se expone a ser interpretada como justificadora de unos
militares o policías que sucumbieron a las garras impías del aparato
burocrático del terror estatal: nada más lejos de sus intenciones. Remarca, de
hecho, la culpabilidad de estas personas. Su hipótesis de que ningún poder es
total da cuenta de la existencia de lineas de fuga. Puntos ciegos del poder que
permiten, entre otras cosas, el afloramiento de lo humano. Con esto lo que
quiere decir es que, dado que ese organismo antes mencionado presenta fisuras,
siempre habría momentos en que estos hombres “normales” que, según su análisis,
eran los represores, podían recapacitar y dar marcha atrás o al menos moderar
su “crueldad” mostrando algo de piedad, algo de humanidad (cosa que,
esporádicamente, ocurría). Vemos aquí que el poder del terror lo abarcaba todo:
represores, prisioneros y ciudadanos. Otro tanto pasaba con los puntos de fuga:
se podían encontrar en los tres ámbitos.
Como vemos, Calveiro, no vacila en
plantear las cosas tal y como las concibe, incluso a riesgo
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de
ser malinterpretada y criticada. Esta autoexposición la podemos encontrar
también en su teoría del anonadamiento. En ella explica que una de las
estrategias del terror consiste en que este se mantenga oculto pero dejando
entrever una porción de su horrible rostro. El efecto: La parálisis, ya no solo
del prisionero en el campo de concentración, sinó de toda la sociedad. La
parálisis “compromete” al ciudadano y el aparato represivo rápidamente lo
convierte en cómplice que termina reproduciendo la dinámica del terror. La
teoría es muy compleja e interesante, pero nuevamente abre las puertas a
interpretaciones que vean en esto una forma de justificar el silencio
autorizador de la población. Ella misma se encarga de aclararlo: No hubo héroes ni traidores, todos fueron
víctimas y victimarios. Este mismo diagnóstico lo lleva a los prisioneros y
a los, a veces sospechados, sobrevivientes. Sin embargo, Pilar Calveiro no está
liberando de culpas a nadie. Más bien está denunciando un cuadro general en el
cual todos tienen su responsabilidad y ese todos lo equipara con el nadie.
Denuncia un fenómeno social que no encuentra respuestas en el plano individual.
Poder y desaparición es, sin duda, un
libro cuya riqueza reside tanto en lo abarcativo de sus temas como en el valor
conceptual que encierra. Podemos encontrar entre sus principales virtudes el
detalle de sus exposiciones que responde, sin duda, al hecho de que su autora
habitó ese mundo en carne propia. Nadie se lo contó, fue ella, Pilar Calveiro,
la que lo presenció. En este sentido se trataría, sí eso es posible, de una
información fidedigna, de primera mano. Pero lo más sorprendente y loable es la
postura que ella adopta. El modo en que se sale del estatuto de víctima resulta
llamativo, pero sobre todo es destacable el análisis psicológico y sociológico
que hace de los actores en juego: tanto de los represores como de los
prisioneros e incluso del resto de la sociedad a la cual integra en esta trama.
Esta posición analítica tiene, a mi entender, un objetivo central que va más
allá de la condena político-ideológica de corte panfletaria: comprender.
¿Por qué el dispositivo concentracionario fue aplicable? ¿Quiénes eran los
represores? ¿Cómo pudieron hacer lo que hicieron? ¿Qué cartas jugó la sociedad
civil? ¿Tuvo responsabilidades? ¿Y los militantes de izquierda?. En esa
búsqueda de respuestas encontramos, tal vez, la razón de esa primera persona
ausente en el relato. Hay una necesidad de tomar distancia, de dejar de lado su
parte más irracional para no nublar el juicio, de salir de su cuerpo y observar
desde fuera todo ese mundo. A mi entender, no se trata de un acto de piedad o
perdón. No lo hace por ellos (los represores), lo hace por que se ha propuesto
“entender” y ayudar a que el lector también lo logre.
A modo de síntesis podemos decir que
Calveiro elije caminar en la cuerda floja -en tanto se expone a la crítica y a
la malinterpretación- pero sale airosa al explicar, de modo singular, la
compleja estructura social que posibilitó la instalación de una tecnología
represiva que, aunque tuvo antecedentes, fue, al mismo tiempo, totalmente
novedosa en la Argentina. Asimismo logra derribar
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el
dogma que concibe como total a este tipo de poder. Ella nos muestra maneras
mediante las cuales
es
posible escapar a la mirada supuestamente omnipresente del mismo. El
totalitarismo es solo una pretensión que, no obstante, muchos se creyeron. Así
funciona el terror. Pero en tanto el poder no es total, tampoco lo será el
sometimiento.
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