Por Luis Klejzer
Para nadie es novedad que una de las variables más
importantes para un profesor de historia es el tiempo. Existen tres categorías temporales
en nuestra disciplina: el tiempo corto, el tiempo medio y el tiempo largo. El
primero es el que habla del tiempo inmediato, el del acontecimiento, lo que
sucedió en un momento determinado de la historia. El segundo es el que
podríamos definir como el tiempo de un proceso concreto que dura algunos años.
El tiempo que dura una coyuntura. Finalmente, el tiempo largo es el que dura
mucho. Se le dice también el de las estructuras. En ese tiempo, decimos, las
cosas no suelen cambiar o cambian muy poco.
Quiero proponer acá una reflexión que surge de mis clases
de historia en la escuela media. Y lo quiero hacer desde los tres tiempos
históricos nombrados.
El tiempo corto. El acontecimiento. El 19 y 20 de
diciembre.
Mis alumnxs tienen todxs menos de 20 años. Por lo tanto,
es imposible que hayan vivido las jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001.
Sin embargo, cuando un acontecimiento es muy importante, se suele decir, todos
sabemos qué hacíamos o donde estábamos. Yo les cuento que aquel 19 y 20 de
diciembre del 2001, yo estaba con mi moto, mi casco y mi morral cruzado
trabajando de mensajero en el microcentro. Es decir, fui parte de esas jornadas
porque trabajaba por ahí y me tocó estar en el lugar indicado en el momento
exacto. Pero mis alumnxs no habían nacido. Entonces, cuando hoy tengo que
enseñarles la crisis del 2001 hago un esfuerzo por separar memoria e historia. Sin
embargo, Eric Hobsbawm decía que eso era difícil. Lo cierto es que, cuando
hablo del 2001, se me cruzan experiencias personales que permiten, en cierta
forma, respaldar algunos datos históricos.
El tiempo de la coyuntura.
Para explicar las jornadas del 19 y 20 de diciembre no
puedo quedarme con el tiempo corto, necesito, por lo menos, el tiempo de la
coyuntura. Para enseñar la crisis del 2001 necesito retrotraerme al inicio de
la década neoliberal. La hiperinflación, los saqueos de mayo de 1989 y el
adelantamiento del traspaso del mando de Raúl Alfonsín a Carlos Menem. Inmediatamente,
tengo que enseñar el Consenso de Washington y las leyes de Reforma del Estado y
la Convertibilidad. El desarrollo de ambas políticas económicas, sumadas a los
superpoderes del presidente causaron un proceso constante de privatizaciones,
desocupación, reformas laborales, aumento de la pobreza y la instalación de un
sistema político corrupto. El cambio de gobierno de 1999 no mejoró nada, peor,
profundizó la desocupación, la pobreza, la deuda externa y la desconfianza en
la clase política. Entonces les digo a mis alumnxs que para comprender el 2001
hay que entender toda la década neoliberal de 1989/2001.
El tiempo largo. El de las estructuras y las mentalidades.
Entonces, para explicar la década del 1990, es necesario
arrancar desde 1976. Como escriben Karina Forcinito y Victoria Basualdo, allí
comienza un proceso de transformación económica neoliberal en nuestro país, lo que
significó un cambio en el régimen de acumulación. El pasaje de un modelo
industrialista a uno financiero-especulativo. Allí explico las causas de la
dictadura cívico-militar, los planes económicos, la política del terrorismo de
Estado que permitió aplicar esos planes y el inicio de un periodo de
destrucción constante del aparato productivo, de las relaciones sociales, de
las mentalidades. Entonces, para explicar las jornadas del 19 y 20 de diciembre
en necesario comprender toda la película. No solo mirar una foto o un
documental de 5 minutos en las redes.
El 2001 para mis alumnxs es como el Cordobazo para mí.
Cuando yo iba al colegio me enseñaban la rebelión popular en Córdoba de la
misma manera que yo enseño el 19 y 20. El Cordobazo (29 de mayo de 1969) me lo
enseñaron como acontecimiento, pero también como coyuntura, es decir, dentro de
la dictadura de Juan Carlos Onganía. Y, finalmente, me lo enseñaron en el
tiempo más largo, es decir, desde 1955. Mis profesorxs me explicaron que en
1955 hubo un golpe de Estado y que, a través de la persecución, proscripción y
represión del peronismo y del movimiento obrero en general, se inició un
proceso de resistencia, no sin contradicciones, que, cuando confluyeron los
obreros mejores pagos y sus hijxs universitarios en la capital cordobesa,
sucedió el levantamiento popular más importante de la década que logró voltear,
por lo menos, la dictadura de Onganía.
Después me enseñaron la radicalización política de la
juventud, de lxs intelectuales y de lxs artistas. Me enseñaron el contexto
latinoamericano con la revolución cubana y el contexto mundial de la guerra
fría y los procesos de descolonización y lucha armada. En fin, esa historia de
“lxs de abajo” que me enseñaron a mí, yo la aplico a mis alumnxs recuperando, como
decía Rodolfo Walsh, esa continuidad de historias de luchas populares.
Diciembre del 2001 condensa las crisis y las historias de
lucha de nuestro país. Allí confluyeron distintos actores que ya venían
luchando por separado: trabajadorxs ocupadxs y desocupados, jubiladxs,
docentes, ahorristas estafados y jóvenes víctimas del gatillo fácil. Esos días
confluyeron en la calle la pobreza y la desesperación con la bronca y la
solidaridad.
En definitiva, a mis estudiantes les explico que el 2001
expresa, de alguna manera, esa gran frase que dice “luchar, vencer, caerse;
levantarse y volver a luchar hasta que se acabe la vida”. Pensándolo como
trabajadorxs en el largo tiempo, podemos decir que hemos luchado, hemos
perdido, pero nos hemos levantado y vuelto a luchar. Y de eso trata. De pensar
la historia de largo plazo. Les explico que, a diferencia de los que nos
quisieron hacer creer en los 90´s, la historia no terminó, existe mientras haya
personas que se organicen para satisfacer sus necesidades. Y si estas no están
satisfechas para todxs, no tengan dudas, que nuestro pueblo sabrá levantarse y
luchar hasta que acabe la vida.