Por Luis Klejzer
Profesor Universitario de Historia
Cuando en enero de 1997 prendieron fuego su auto y
asesinaron al reportero gráfico José Luis Cabezas en un descampado cercano a
Pinamar, yo tenía 20 años recién cumplidos. Fue un crimen que movilizó a la
población, sumida en un largo letargo neoliberal lleno de privatizaciones de
empresas públicas y negocios de “todo x 2 pesos”. Consecuencia de la ley de
convertibilidad de 1991, sancionada por el ministro de economía Domingo
Cavallo. La desocupación crecía y ya se olían los primeros olores de los
neumáticos quemados en los piquetes de la Patagonia. Recuerdo que la imagen de
Cabezas se difundió por todo el mundo pidiendo juicio y castigo. Me impresionó mucho
la postura de ciertos sectores de la sociedad. Sobre todo de los artistas.
Principalmente recuerdo los homenajes que realizaba el gran cantautor León
Gieco cuando iniciaba cada recital con una frase que todavía guardo en mi memoria:
“No se olviden de Cabezas. La impunidad de su crimen, será la condena de la
Argentina”. Y fue condena. Pero no por la impunidad ni el gansterismo que
gobernaba el país y la provincia de Buenos Aires, sino por el hambre y la
desocupación.
Cuando el 1° de agosto pasado la gendarmería reprimió un
corte de ruta en la provincia de Chubut y desaparecieron a Santiago Maldonado,
habían pasado 20 años del crimen de Cabezas. Un operativo represivo que no solo
fue el desalojo de la ruta, sino que comprendió una persecución a campo
traviesa, con río incluido, para detener y encarcelar a militantes que pedían la libertad de Facundo
Jones Huala y la devolución de las tierras ancestrales a sus respectivos “dueños”:
el pueblo Mapuche. Hoy en manos del empresario italiano Luciano Benetton.
En esta oportunidad la víctima, además de la sociedad
argentina, es un pibe de 28 años que estaba apoyando la lucha del pueblo
Mapuche. Un pibe solidario como saben nacer cada tanto en nuestro país.
Hace unos días pasé por una esquina del barrio de Almagro
que estaba intervenida artísticamente con las dos fotos emblemáticas. La de
José Luis Cabezas, con sus ojos mirándonos y diciéndonos que detrás de su
asesinato se encuentra la clase empresaria en asociación con el poder político.
Y al lado, la cara de Santiago Maldonado mirándonos fijo y diciéndonos que
detrás de su desaparición forzada está la clase empresaria en asociación con el
poder político. Sí. La misma clase con el mismo Estado burgués con los mismos
métodos de la última dictadura cívico militar: la desaparición forzada y el
asesinato. A estas dos historias violentas también las atraviesa el mismo
objetivo: “defender los intereses del capital”. Las fuerzas de seguridad al
servicio de las mafias, de los negociados y el poder judicial al servicio de la
impunidad. Ni qué hablar del modelo económico.
Ir con la moto y toparme con esas dos imágenes me lleva a
reflexionar sobre otra triste coincidencia. En 1997 se había puesto de moda una
frase con un fuerte contenido “demencial”: a la policía bonaerense se la
llamaba “la mejor policía del mundo” sin embargo años más tarde tuvieron que
purgar a la mayoría de los comisarios y armar la bonaerense 2. Hace unos años
escuché una similar referencia demencial con respecto a la gendarmería
nacional, se le decía que era un cuerpo “que no había participado de la
represión”. Ahí los tenés.
En plena juventud noventista, caracterizada por el
oscurantismo, recuerdo otra de las coincidencias entre las dos historias: La
lucha de los familiares. La hermana de José Luis haciendo las marchas por
Pinamar y la suelta de globos en el Obelisco todos los 25. El hermano de
Santiago gritando sus cartas en la Plaza de Mayo todos los 1° para que “lo
escuche su hermano” y el poder político. También me quedó grabada la imagen de
la madre de José Luis llorando y esperando que se haga justicia; y ahora veo a la
mamá de Santiago esperando que aparezca su hijo con vida.
En definitiva, los ojos en primer plano de José Luis representaron
una época de nuestro país. Los de Santiago nos alertan que desde Cabezas hasta
ahora faltan Teresa Rodríguez, Aníbal Verón y los piqueteros; el motoquero
Gastón Riva y todxs lxs asesinadxs del 19 y 20 de diciembre; Darío y Maxi
solidarios y luchadores; Julio López dos veces desaparecido; Mariano Ferreyra y
Luciano Arruga y toda la juventud precarizada en la síntesis que fue Cromañon.
Todas esas historias mutiladas por el Estado, se cruzan en las miradas de José
Luis y Santiago en esa esquina porteña. La degradación de nuestras vidas en favor
de la avaricia empresaria en nombre de una democracia formal, aquella que
recuperamos en 1983 que, al parecer, no pudo resolver el viejo problema de quitarles
el poder a aquellos que se creen los dueños del país. Para reproducir sus
ganancias y la dominación, vale todo: el asesinato y la desaparición forzada;
el aparato del Estado para reprimir y encubrir;
y las elecciones para legitimar gobiernos que terminan defendiendo sus
intereses.
No nos olvidemos de Cabezas, no dejemos de buscar a
Maldonado. Con ellos se van nuestras ilusiones de construir un país mejor.
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