Se cumplen 27 años de la muerte de Walter Bulacio. El 19
de abril de 1991, una razzia policial le impidió entrar al recital de Los
Redondos en Obras. Murió unos días después a causa de la golpiza que recibió en
la comisaría 35. Tenía apenas 17 años.
Eran los tiempos del neoliberalismo, de la reforma del
Estado y las privatizaciones. La juventud era maltratada social y
políticamente. Si no te mataban en un recital, te pedían los documentos en la
calle, te bajaban de los transportes públicos, te hacían pasar la noche en una
comisaría. Había que disciplinar a la juventud para que aceptara mansamente las
consecuencias económicas y sociales de tantas reformas conservadoras. Como
ahora.
Cuando el comisario Expósito le pegaba a Walter en la
comisaría 35 del barrio de Núñez, como lo confirmó el fallo de la CIDH
(septiembre de 2003), todavía se sentía el olor de la dictadura en las botas de
los milicos. Aún se escuchaba el eco de los indultos a los genocidas y el
abrazo del presidente Menem con Isaac Rojas. Eran tiempos de la caída del Muro
de Berlín y desde arriba se apuntaba a la despolitización, al consumo de
importados baratos, a la destrucción de la industria nacional. El movimiento
obrero y el conjunto del pueblo habían sido, nuevamente, derrotados a causa de
la hiperinflación y la incipiente desocupación. Los salarios bajaban mientras
la plata se iba al exterior. Aumentaba la deuda externa y los servicios
públicos, como la educación y la salud, bajaban su calidad. Como ahora.
En los ´90, como tantas otras veces, había que
disciplinar a los jóvenes. Se debía impedir que les naciera la rebeldía típica
de lxs pibxs. Había que impedir que volvieran a ser la juventud militante y
maravillosa de otros tiempos. Había que derrotarlos física y moralmente
haciéndolos trabajar en condiciones miserables, con salarios de hambre y sin
posibilidad de progreso. Sus familias debían tener lo mínimo indispensable para
comer, y si no lo tenían, forzarlos a robar. Entonces les caía la
estigmatización por negros y pobres. Les decían que eran potenciales
criminales. Como ahora.
Tardó, pero la bronca por el asesinato de Walter Bulacio
se transformó en respuesta. Las políticas represivas hacia los jóvenes no
impidieron que unos años después miles nos organizáramos para poner en pie los
centros de estudiantes, abrir comedores populares, les diéramos la leche a
millones de niños en todo el país o hiciéramos apoyo escolar en barrios
humildes. Construimos solidaridad. Tampoco nos impidió formar nuevos
movimientos sociales que estuvieran al frente de las balas del neoliberalismo.
Darío y Maxi son ejemplo de eso. La represión no impide la organización. En
cambio, nos permite ver de qué lado hay que ponerse frente a la
injusticia. Como ahora.
Con unos cuantos años más me toca ver a miles de jóvenes
que son Walter Bulacio. Víctimas de la criminalización y el disciplinamiento.
Condenados a la represión policial e institucional, al trabajo precario y la
educación de baja calidad. A la estigmatización y la falta de futuro.
Pero deben saber que la represión, nuevamente, no los
atemoriza. Al contrario. Miles de jóvenes desafían las nuevas políticas, ahora,
teñidas de amarillo. Llevan el pañuelo verde; organizan cooperativas; defienden
el medio ambiente y a los pueblos originarios; pelean por paritarias y
organizan comisiones internas; nuevamente desafían el disciplinamiento
económico, político y cultural haciendo valer sus derechos. En fin, mientras
haya jóvenes que se rebelen, existirá una luz de esperanza. Allí estaremos
junto a ellxs, intercambiando experiencias entre generaciones y construyendo un
futuro mejor para todos y todas.
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