viernes, 27 de marzo de 2020

¿La Solidaridad en tiempos de crisis o siempre?


                           

Cuando el domingo 8 de marzo pasado leí la nota de María Clara Albisu, (https://www.elcohetealaluna.com/el-que-come-y-no-convida/ ) inmediatamente dije: “tengo que agregar algunas cosas respecto del eje Solidaridad que pone en foco”.
Existen varios conceptos que permiten ver un hilo conductor, al menos en la construcción del discurso, entre Alberto Fernández y Raúl Alfonsín. Como escribe Ricardo Aronskind en El Cohete a la Luna del 22/09/2019 (https://www.elcohetealaluna.com/alberto-fernandez-alfonsin-y-kirchner/ ) el actual presidente suele citar al ex mandatario en sus declaraciones, porque, con algunas diferencias obvias, los contextos también se parecen.
“Nunca más”, “Herencia recibida”, “deuda externa” y “el campo” son algunos de los conceptos que permiten vincular a ambas presidencias. Pero sin dudas, el concepto que elige Albisu, Solidaridad, es uno de los más interesantes.
Ambas presidencias deben poner fin a un sentido común generalizado para poder iniciar un nuevo ciclo. En ese sentido, ambos mandatarios eligen para armar su discurso el concepto de Solidaridad, Alfonsín lo usó para romper con el “No te metás” de la dictadura y Alberto para terminar con la meritocracia del macrismo.


La propuesta de Alfonsín
El gobierno de Raúl Alfonsín suele dividirse en tres subperiodos: siguiendo a Marcelo Cavarozzi y María Grossi, el primer período va del 10 de diciembre de 1983 hasta abril de 1985. Ese mes se registran una serie de atentados que buscan desestabilizar la democracia, pero, sobre todo, entorpecer el comienzo del “juicio a las juntas” que estaba programado para el 22 de abril. En ese contexto Alfonsín denuncia, en cadena nacional, un plan de desestabilización sin dar muchos elementos probatorios. Sin embargo, se registra, creo yo, uno de los peores pasos en falso de su gobierno: con motivo de “defender la democracia” se convoca a Plaza de Mayo a un acto donde el presidente sería el único orador. Hasta ahí todo bien. Pero ese viernes, frente a una verdadera multitud, en la segunda parte de su discurso, Alfonsín anuncia que se inicia un periodo de “economía de guerra”. La multitud empezó a abandonar la plaza con la decepción propia de quien fue a defender la “democracia con la que se comía” y se fue con la noticia de un futuro ajuste. En agosto se implementó el Plan Austral.

El segundo período va desde aquí hasta la derrota electoral de septiembre de 1987. En ese momento, el candidato a gobernador por la Provincia de Buenos Aires por la “renovación peronista”, Antonio Cafiero, se impuso con más del 46 % de los votos sobre el candidato radical Juan Manuel Casella. Esto se vio como una derrota del “estilo alfonsinista” de gobierno.
Allí comienza el tercer y último subperiodo signado por una profunda crisis política y económica, que deriva en la renuncia anticipada del presidente el 8 de julio de 1989, en medio de la hiperinflación, los saqueos y el estado de sitio.
Concretamente, el gobierno de Alfonsín estuvo signado por la compleja situación económica y social y por la crisis de la deuda externa, herencia directa de las políticas neoliberales de la dictadura. La pobreza al comienzo del gobierno radical era del 15%, la desocupación ascendía a 4,6%.[1] y la deuda externa llegó a 45 mil millones de dólares.[2]
En ese contexto, como bien recuerda Albisu, se implementa el Plan Alimentario Nacional como una política urgente hacia los sectores más pobres. Una caja PAN cubría el 30% de los requerimientos nutricionales de una familia de cuatro personas e incluía 2 kilos de leche en polvo, un kilo de fideos, un kilo de arroz, uno de porotos, dos kilos de harina de trigo, un kilo de carne enlatada, dos kilos de harina de maíz y dos litros de aceite. Cada caja costaba 550 pesos argentinos, que en ese momento equivalían a unos 11 dólares.

Ética de la solidaridad
Durante el mencionado “segundo subperíodo” del gobierno de Alfonsín (1985-1987), y con el envión de la victoria electoral del año 1985, se dan los intentos más fuertes de consolidar un plan para impulsar lo que el grupo de la inteligenzia alfonsinista denominaba la “ética de la solidaridad”. Mediante un famoso discurso pronunciado en Parque Norte, al cierre del comité nacional del radicalismo, Alfonsín plantea una serie de elementos que, para él, constituían una ética del ser solidario que permitía construir una sociedad más democrática.
Sin embargo, luego del fracaso del Plan Austral, de los 7 paros generales de la CGT entre 1986 y 1987, de los levantamientos carapintadas, la ley del Punto Final y la oposición de la iglesia a la sanción de leyes progresistas, el apoyo al gobierno de Alfonsín empezó a declinar rápidamente y se encontró con la barrera del peronismo en 1987.
A partir de ese momento, el concepto de solidaridad, como propuesta gubernamental, fue archivado por muchos años.

La propuesta de Alberto
Alberto Fernández retoma el concepto de la solidaridad, como dice nuevamente Albisu, en tanto se promueve beneficiar a los más golpeados por las políticas neoliberales del macrismo. Es así como en diciembre de 2019 se sanciona la Ley de Solidaridad Social y Reactivación Productiva. Esta ley, menos ambiciosa que el discurso de Parque Norte, supone resolver la urgencia socioeconómica de los sectores más pobres, a través de, entre otras cosas, la implementación de la tarjeta AlimentAr. Al igual que la caja PAN, esta tarjeta permite acceder a millones de personas a productos básicos de la canasta alimentaria. Con niveles muy superiores de pobreza y desocupación (40% y 10% respectivamente) el gobierno de Fernández deberá enfrentar la urgencia, pero también plantearse resolver lo estructural de la deuda social.
Si la dictadura dejó niveles de desocupación y miseria inéditos para la época, la larga década neoliberal (1989-2001) llevó esos índices a records históricos y el macrismo fue su mejor continuación, entonces es el momento de revertir la situación actual implementando reformas de fondo que ataquen las causas de la pobreza. Y eso no es solo con “medidas solidarias” que pidan el esfuerzo de todxs, hay que pasar a medidas más activas contra los grandes grupos económicos, aquellos que, como los sojeros, las mineras y los bancos, fueron los que más ganaron en los últimos años.
No será fácil porque los grandes grupos económicos seguramente se opondrán a perder sus privilegios.

Una ruptura necesaria
La Solidaridad es un valor que se ejerce horizontalmente y no de arriba hacia abajo. En ese sentido, no sólo se trata de distribuir tarjetas prepagas o achatar pirámides, sino que se deben adoptar medidas que brinden las herramientas necesarias para que los sectores populares estén en condiciones de salir de esa situación desesperante. Así, las cooperativas de la economía popular que trabajan día a día, los movimientos campesinos que luchan por la soberanía alimentaria y los miles de movimientos sociales, sindicales y culturales, que promueven la organización y la participación democrática, podrán aportar a la construcción de un imaginario realmente disruptivo de la meritocracia y el neoliberalismo.
En fin, si se quiere hablar de Solidaridad, habrá que convocar al pueblo, tal vez como lo hizo Alfonsín en esos días de abril, pero no a una economía de guerra, sino a construir y defender esa Solidaridad en las calles. Hay millones de compatriotas construyendo organización solidaria anónimamente desde hace décadas. Es tiempo de visibilizar esas experiencias, elevarlas al nivel institucional y darles Poder para enfrentar a los privilegiados de siempre. Tal vez así, ya no necesitemos más ni caja PAN ni tarjetas AlimentAr.

Luis Klejzer
Profesor de historia


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