La crisis económica y social que estamos atravesando va a
dejar muchas consecuencias negativas. Pero también les adelanto que va a dejar
nuevas generaciones de militantes populares. En el marco de las escuelas, donde
la crisis golpea a lxs pibxs y a sus familias, se están organizando jóvenes que
se sienten interpeladxs y pusieron manos a la obra. Desde hace dos meses, varixs
de mis estudiantes de entre 13 y 18 años, han decidido hacer algo frente a la
crisis y pusieron en pie una olla popular todos los sábados en la puerta de su
escuela.
Quiero compartir algunas de las enseñanzas que (me) está
dejando esta iniciativa.
I
En primer lugar, esxs jóvenes a los que las encuestas y
pruebas de calificación dudosa considera fracasadxs, se reúnen todos los
sábados (día de descanso) a la mañana (en lugar de dormir hasta tarde) para
realizar una olla popular y recorrer las calles del barrio con sus pañuelos
verdes, sus pircing y sus pelos pintados.
“¡Que vivan los
estudiantes, que rugen como los vientos, cuando les meten al oído sotanas o
regimientos!”
Hacer una olla popular tiene varios significados. El más
obvio es dar de comer. Pero tiene muchos otros objetivos que van desde la
organización comunitaria y solidaria hasta la construcción y afianzamiento de
valores profundamente humanos.
II
En segundo lugar, una olla popular significa pensar en el
otro. Hay alguien que pasa hambre y, frente a eso, “sienten en lo más hondo la injusticia” y hacen algo. En clase estudiamos
mucho esas teorías reaccionarias que construyen un otro como algo negativo.
Como un enemigo a eliminar. Pero en una olla popular, por el contrario, se
construye un otro positivo. Allí, esxs jóvenes de entre 13 y 18 años apuestan a
una vida más inclusiva y democrática.
Lejos de la frase “lxs jóvenes no hacen nada”, puedo
afirmar que pensar una olla popular, como lo hacen ellxs, es ser concientes de
la realidad. Es conocer a quien pasa hambre. Es educarse y reconocerse en el
valor de la solidaridad. Y, sobre todo, es comprometerse en una acción colectiva
que permite cambiar la cotidianeidad de ese otro para integrarlo a partir de un
plato de comida caliente. Como seguramente diría Sartre, dándole un plato de
comida al hambriento, también se están alimentando ellxs.
III
En tercer lugar, pensar una olla es pensar un nosotros. También
hemos estudiado mucho las relaciones sociales desde una perspectiva de los vínculos.
Esas relaciones sociales que colonizadas por el sentido común hegemónico se
vuelven destructivas y persiguen el "sálvese quien pueda" que ha
instalado el neoliberalismo.
En contraste con eso, jóvenes de entre 13 y 18 años se
rebelan contra la corriente dominante: cuando la corriente es destructiva, ellxs
construyen, cuando la corriente es divisionista, ellxs proponen la unidad. Se
convocan, se organizan, se reparten las tareas y se van formando como grupo. La
olla es su lugar de reunión, de socialización, de encuentro. Sin teorizarlo
demasiado, recogen el hilo de la historia solidaria de aquellxs anarquistas y
socialistas de principios de siglo XX y de la juventud maravillosa resistente
al Conintes y a los planes de estabilización. Revolviendo la olla van tejiendo
los lazos solidarios destruidos por la dictadura cívico militar. Incluyendo al otro,
reescriben la Historia.
“¡Que vivan los
estudiantes, jardín de las alegrías! Son aves que no se asustan de animal ni
policía”.
Cuando el nosotros pela las papas, corta las zanahorias y
revuelve los fideos advierte la desigualdad y acorta distancias con ese otro. Y
así, con ese plato caliente y una palabra de aliento, el otro se funde en el
nosotrxs.
IV
Hay un cuarto momento que es el más difícil, pero el más
necesario. Para que el otro sea parte del nosotros no alcanza con la comida.
Hace falta pensar, charlar y trabajar juntos una salida a esa situación
concreta. Para eso no hay grandes discursos ni salvadores. Como decía Paulo
Freire: “nadie se salva solo, nos salvamos en comunidad”. Esa re-unión debe ser
creativa, creadora y solidaria. Eso hacen estxs jóvenes de entre 13 y 18 años.
Hacen la comida, pero también crean espacios de participación; no se hacen los
distraídos, intervienen; no se recluyen en sus cuartos, se organizan y luchan
por un mundo mejor. Por eso la olla popular forma una nueva generación que no reproduce
los discursos derrotistas, más bien empuja para adelante.
Conclusión
Cuando un grupo de estudiantes secundarios se junta un
sábado a la mañana para hacer una olla popular y, mientras se cocina el guiso,
se sientan alrededor de una mesa para leer bibliografía política, entonces hay
esperanza. Viéndoloxs cambiar este presente de mierda, pienso como Violeta
Parra que “me gustan los estudiantes que
marchan sobre la ruina” porque “con
las banderas en alto (irá) toda la estudiantina.”
Se dice que no hay recetas para sacar un país adelante.
Mentira, estas actividades realizadas por jóvenes solidarixs son la mejor
receta para construir un futuro mejor.
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