Hace 12 años que la Ciudad Autónoma de Buenos Aires está gobernada por una alianza de conservadores políticos y neoliberales económicos. Mucho antes de ser presidente, Mauricio Macri comenzó su gestión “pública” en la Ciudad donde está emplazado el club que lo vio refugiarse cuando su propio padre lo excluyó de la gestión privada.
Todos recordamos que Macri surge como referente en oposición al mediocre Aníbal Ibarra. Hubo dos acontecimientos importantes que le abrieron el camino al boquense: el primero fue la “tragedia” de Cromañon . Esa muestra de la precariedad a la que se destinaba a la juventud y que marcó toda una época. La otra “manito” fue la división del espacio centroizquierda pensado por Néstor Kirchner. El entonces presidente fogoneó la interna entre Ibarra y Jorge Telerman y luego “pusieron” a Filmus que perdió (como siempre) por goleada. Una tragedia y una mala jugada entregaron a la derecha la Ciudad de Buenos Aires.
Desde que llegaron a la administración de la Ciudad, y mal que le pese a Natanson, el macrismo ejerció una privatización de lo público. Claro, no vendieron los hospitales y las escuelas como dice el sociólogo de Le Monde. Pero el aumento de la matrícula de la escuela privada y religiosa, sus millonarios subsidios, la reducción del presupuesto en las escuelas públicas que producen falta de puertas, de lamparitas, de techos que se caen; el vaciamiento material (tizas, borradores, papel higiénico), la unificación de cursos y cierre de grados, la falta de vacantes en inicial y media, el avance contra los maestros y un largo etcétera que conocemos muy bien los docentes, es una lenta pero sin pausa privatización.
Siempre con esa idea de una escuela al servicio de las empresas como respuesta a un escenario que ellos mismos generaron con sus políticas en los ´90 con el nombre de Menemismo. La desocupación, la modificación de la estructura social derivada de aquella, generó esta nueva idea de que “los jóvenes requieren otra educación”. Más enciclopédica, menos científica, con menos Historia y más precariedad y pasantías gratuitas en función de las necesidades de las empresas. (Ejemplo de esto son los empleos y contratos basura de los ´90 y que ahora se hacen en Mc Donals). La CEOcracia cree que la educación sólo sirve para responder a las necesidades de las empresas. Una de las reformas que impulsan son las pasantías en empresas el último año. Algo así como la reforma de los ´90 cuando se propuso las pasantías de estudiantes universitarios para reemplazar a personal calificado despedido con la flexibilidad laboral. La “reforma del futuro” es más bien una vuelta al pasado.
La vieja Ley Federal de Educación, que impulsaba estas primeras líneas de privatización de lo público (como hicieron con todas las propiedades del Estado), derivaron en la provincialización y municipalización del sistema escolar, que generó una desorganización y diferenciación a escala nacional de la educación; una transferencia millonaria de recursos de lo público a lo privado; un sistema educativo desigual con 6 años en unas provincias y 5 en otras; en fin, la reforma de Menem hizo del ministerio de educación un edificio lleno de escritorios pero vacío de escuelas.
Entonces, hace 12 años que el macrismo gobierna la Ciudad de Buenos Aires. Ya sabemos muy bien de qué se trata el proyecto educativo del gobierno de la ciudad que ahora gobierna también la Nación y la principal provincia. Nada nuevo. A nivel nacional están impulsando las mismas líneas privatistas; un deja vu.
Público, de todos; privado, particular
En estos días estamos viviendo una nueva ola de tomas de colegios. Una nueva generación de estudiantes que asumen una nueva lucha contra las reformas que intentan los neoliberales de la Ciudad de Buenos Aires pero que cuentan con el aval de la mayoría de la población. No se puede despegar esta lucha estudiantil de la coyuntura electoral, donde la mitad de la población, sí la mitad de la población que vive en la Ciudad han apoyado el proceso privatista. Sin querer exagerar, estas luchas estudiantiles son apoyadas por muchísima gente, integrantes de la comunidad educativa de la Ciudad, pero vapuleada por los de arriba, a través de los medios de comunicación y con todo el poder del Estado. (Incluido el poder judicial y las fuerzas policiales)
Sin embargo, lxs pibexs asumen la responsabilidad de pelear por lo que ellxs creen (y esto es así) que es su derecho: la Educación Pública. Mientras que los de afuera, lectores de Clarín y La Nación, aplaudidores de las privatizaciones noventistas, llamativamente, los acusan de no querer estudiar. Aquellos que votan al macrismo, y que muchos de ellos mandan a sus hijxs a las escuelas privadas y religiosas, acusan a lxs pibxs de la pública de no querer estudiar, de “caer” en las escuelas mal mantenidas, de ocupar las escuelas por deporte; en fin, le machacan a lxs pibxs el “fracaso escolar”. Sin dudas, estxs pibxs son las principales víctimas de las reformas truncas, de las reformas piloto, de las aulas contenedores, de la ausencia de vacantes, son las víctimas de las políticas económicas de los últimos 40 años.
Estando en las escuelas, practicando la democracia que los dirigentes políticos no practican, haciendo asambleas; también aprenden. Tomando sus escuelas, están haciendo lo que todos deberían hacer. La Escuela Pública es de todos. Es SU escuela también. Y en ese sentido, no se les puede acusar de “usurpación” como plantea el instructivo represivo y videlista del ministerio de Soledad Acuña. Defender la escuela y el sistema escolar, que todos creemos que es un fracaso, es un acto de heroísmo. NO defienden un dispositivo fracasado, defienden UN derecho: el derecho a estudiar. Encima están los reproductores de discursos vacíos y canallescos que desvían el debate estigmatizando a lxs pibxs en lugar de poner el foco en la dirigencia política que son los verdaderos destructores de la educación pública. Tomar una escuela, lejos de ser un hecho vandálico, es uno de los hechos más democráticos que existen. Lo toman, lo hacen más propio que todos nosotros que votamos a gobiernos que lo único que hicieron es destruir la educación pública. Viéndolo así, desde la acción decidida de lxs pibxs, más que “fracaso” es un triunfo.