martes, 24 de abril de 2018


Se cumplen 27 años de la muerte de Walter Bulacio. El 19 de abril de 1991, una razzia policial le impidió entrar al recital de Los Redondos en Obras. Murió unos días después a causa de la golpiza que recibió en la comisaría 35. Tenía apenas 17 años.

Eran los tiempos del neoliberalismo, de la reforma del Estado y las privatizaciones. La juventud era maltratada social y políticamente. Si no te mataban en un recital, te pedían los documentos en la calle, te bajaban de los transportes públicos, te hacían pasar la noche en una comisaría. Había que disciplinar a la juventud para que aceptara mansamente las consecuencias económicas y sociales de tantas reformas conservadoras. Como ahora.
Cuando el comisario Expósito le pegaba a Walter en la comisaría 35 del barrio de Núñez, como lo confirmó el fallo de la CIDH (septiembre de 2003), todavía se sentía el olor de la dictadura en las botas de los milicos. Aún se escuchaba el eco de los indultos a los genocidas y el abrazo del presidente Menem con Isaac Rojas. Eran tiempos de la caída del Muro de Berlín y desde arriba se apuntaba a la despolitización, al consumo de importados baratos, a la destrucción de la industria nacional. El movimiento obrero y el conjunto del pueblo habían sido, nuevamente, derrotados a causa de la hiperinflación y la incipiente desocupación. Los salarios bajaban mientras la plata se iba al exterior. Aumentaba la deuda externa y los servicios públicos, como la educación y la salud, bajaban su calidad. Como ahora.
En los ´90, como tantas otras veces, había que disciplinar a los jóvenes. Se debía impedir que les naciera la rebeldía típica de lxs pibxs. Había que impedir que volvieran a ser la juventud militante y maravillosa de otros tiempos. Había que derrotarlos física y moralmente haciéndolos trabajar en condiciones miserables, con salarios de hambre y sin posibilidad de progreso. Sus familias debían tener lo mínimo indispensable para comer, y si no lo tenían, forzarlos a robar. Entonces les caía la estigmatización por negros y pobres. Les decían que eran potenciales criminales. Como ahora.
Tardó, pero la bronca por el asesinato de Walter Bulacio se transformó en respuesta. Las políticas represivas hacia los jóvenes no impidieron que unos años después miles nos organizáramos para poner en pie los centros de estudiantes, abrir comedores populares, les diéramos la leche a millones de niños en todo el país o hiciéramos apoyo escolar en barrios humildes. Construimos solidaridad. Tampoco nos impidió formar nuevos movimientos sociales que estuvieran al frente de las balas del neoliberalismo. Darío y Maxi son ejemplo de eso. La represión no impide la organización. En cambio, nos permite ver de qué lado hay que ponerse frente a la injusticia.  Como ahora.
Con unos cuantos años más me toca ver a miles de jóvenes que son Walter Bulacio. Víctimas de la criminalización y el disciplinamiento. Condenados a la represión policial e institucional, al trabajo precario y la educación de baja calidad. A la estigmatización y la falta de futuro.
Pero deben saber que la represión, nuevamente, no los atemoriza. Al contrario. Miles de jóvenes desafían las nuevas políticas, ahora, teñidas de amarillo. Llevan el pañuelo verde; organizan cooperativas; defienden el medio ambiente y a los pueblos originarios; pelean por paritarias y organizan comisiones internas; nuevamente desafían el disciplinamiento económico, político y cultural haciendo valer sus derechos. En fin, mientras haya jóvenes que se rebelen, existirá una luz de esperanza. Allí estaremos junto a ellxs, intercambiando experiencias entre generaciones y construyendo un futuro mejor para todos y todas.

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